martes, 22 de noviembre de 2016

Orgullo

Acaba de terminar al momento de teclear esto la octava partida del campeonato mundial de ajedrez, que se está jugando en Nueva York. Magnus Carlsen, el actual campeón, defiende el título ante Sergey Karjakin, el ruso del que ya escribí en la entrada Presión en este blog. Por aquel entonces se estaba jugando el torneo de candidatos que daba acceso a este match por el título mundial, y Karjakin había vencido a Nakamura con negras, estableciéndose así como uno de los favoritos para conseguir el pasaporte a Nueva York, que efectivamente acabó ganando en una última ronda preciosa contra Fabiano Caruana, colíder junto a Sergey en esa última partida, en la que el italo-americano se comió un sacrificio de torre espectacular.





Nadie daba un duro por Karjakin en el torneo de candidatos y aún menos en el match contra Carlsen. Magnus es, objetivamente, el mejor jugador de la historia del ajedrez. En otros deportes es debatible si, por ejemplo, Jordan fue mejor que Kobe o Maradona mejor que Messi. En ajedrez no. Los motores de análisis son implacables y tienen un nivel de juego muy superior al de cualquier humano; hoy en día cualquier teléfono puede aplastar al propio Magnus sin ningún problema. Y las máquinas dicen que, de todos los campeones del mundo, Carlsen es sencillamente el que menos errores comete. Carlsen tiene la constancia, la fineza y la imaginativa para sacar agua de las piedras. En posiciones casi iguales, aburridas, prácticamente agotadas, Magnus es capaz de sacar una idea brillante con la que torturar a su rival durante sesenta movimientos si hace falta hasta que éste ceda. No es un jugador que necesite grandes golpes tácticos o combinaciones artísticas para ganar partidas como Kasparov o Fischer, es más un talento natural como Capablanca, con una técnica finísima para los finales y un hambre de victoria que le hace llegar hasta que solo queden los reyes en el tablero si hace falta antes de conceder unas tablas.

Karjakin, en cambio, no ha tenido la atención mediática de Carlsen. Ha estado siendo durante diez años un buen jugador ruso de entre tantos, y asuntos como su reiterado apoyo a Putin y la anexión de Crimea (de hecho él es ucraniano de nacimiento), su declarada homofobia y el terrible tartamudeo que sufre cuando habla en inglés no han ayudado a que sea el favorito de la prensa, precisamente. Para este campeonato ha tenido, dicen las malas lenguas, un cheque en blanco de parte del gobierno Ruso, y entre su equipo de preparadores confirmados están el mejor jugador azerbaiyano del mundo,
Shakhriyar Mamedyarov, el ganador del último memorial Tal y uno de los jugadores más talentosos de Rusia, Ian Nepomniachtchi, y Anna Chakvetadze, una tenista ex-top 10 mundial como preparadora física. Entre los no confirmados, suenan nombres como el ex-campeón mundial Vladimir Kramnik o el mismísimo Kárpov. Aún así, Carlsen era el claro favorito...hasta hoy.



El propio Carlsen no ha parecido tener especial respeto hacia Karjakin ya desde la primera partida. Cuando todos estábamos esperando una discusión teórica, ver la temida preparación rusa contra Magnus, el noruego jugó la apertura Trompowsky (1.d4 Cf6 2.Ag5) sólo por que le pareció gracioso usarla días después de la elección de Trump como presidente. Esta línea no pone a las negras en demasiados aprietos y Karjakin hizo tablas sin problemas. En otra ocasión, Carlsen estaba directamente echándose una siestecita mientras Karjakin pensaba, algo que ya hizo en su anterior defensa del título contra Vishy Anand.




Pero más llamativa aún es la estrategia que Karjakin está empleando en este match. Vamos a llegar a la octava partida y no hay ni rastro de la temida preparación rusa. Nada. Magnus ha salido mejor preparado, y con diferencia, en todas las partidas que se han jugado hasta ahora. Karjakin está quedando peor en todas las aperturas, pero no le importa. Hace tablas rápidas con blancas y, si tiene que sufrir, sufre con negras, pero aguanta tenazmente las embestidas de Carlsen. En todas las ocasiones en las que Karjakin ha tenido que debatir entre una posición superior pero compleja y otra ligeramente peor pero con una defensa clara, el ruso no ha dudado. Y esta aparente falta de ambición está dando buenos resultados.

Carlsen tuvo posiciones con clara ventaja en las partidas 3 y 4 (de hecho, en una de ellas el superordenador noruego que analiza todas las partidas de Magnus veía un mate forzado en 40 para el campeón), pero se vió incapaz de convertir ante la espectacular resistencia del ruso. "Ministro de defensa" Karjakin, como algunos le llaman, tiene una habilidad sobrenatural para aguantar posiciones inferiores. Y ya en la quinta partida vimos a un Magnus frustrado, que se metió en serios problemas por querer convertir demasiado pronto una posición en la que se puede decir, sin miedo a la equivocación, que el campeón perdió el juicio. En un golpe de soberbia, en apuros de tiempo, Magnus comprometió la posición de su rey con 38.g4?!. Carlsen pensó que estaba ganando la partida y no iba a tener que preocuparse por la seguridad de su monarca en la vida, pero la precisa respuesta 38...h5! de Karjakin, abriendo la columna h, puso en muchos, muchos problemas al noruego, que debería dar gracias al cielo de no acabar perdiendo esa partida.Por el contrario, las caras que vimos en la sala de prensa fueron estas.






Y con estos antecedentes llegamos a la partida de hoy, que ha sido sencillamente impresionante. Qué bonito es el ajedrez. Carlsen ha abierto con la Colle-Tartakower, un sistema poco ambicioso, pero no profundamente analizado, que a día de hoy es lo que más se busca. Muchas líneas populares han sido analizadas casi hasta las tablas, y Magnus no quiere comprobar hasta dónde ha llegado Sergey en su preparación. En la página que uso para seguir la retransmisión del campeonato cambio de vez en cuando entre la retransmisión inglesa y la española. En una de las veces que enganché esta última, estaban en una videollamada con Paco Vallejo, el mejor jugador español de la historia y top 30 del mundo, que hablaba de cómo Carlsen estaba jugando raro, y no entendía muchas de sus decisiones ya cerca del movimiento 20. En la inglesa, Peter Svidler, siete veces campeón de Rusia y top 15 del mundo, definió 19.Nb5 como "a bit of a taunt", que es la manera educada de decir que el campeón estaba mamoneando, y Jan Gustaffson directamente acusaba a Magnus de estar jugando con fuego al ver 24.bxc4?!.



 Llegado el movmiento 30 ya estaban los dos jugadores en apuros de tiempo, con unos cinco minutos por lado, y Magnus entró en la espiral descendente más llamativa que he visto nunca en directo. Svidler estaba prácticamente esperando el momento en el que los jugadores se dieran la mano y firmaran las tablas cuando Carlsen jugó 31.h3?!, entregando un peón limpio con tal de evitar otro empate. A partir de este momento ya nadie entendía lo que estaba pasando. Magnus había decidido imponer su orgullo a la verdad universal que dictaba la posición sobre el tablero. Acto seguido, terminaba de culminar su caída con 35.c5??, que permitía una combinación de Karjakin en la que quedaba con un peón de más, pasado y sin oposición. Los módulos daban ventaja decisiva para el ruso, que no dio con el movimiento crítico en apuros de tiempo (según Svidler, esto no es excusa para un jugador de su categoría), y se dejó un truquito que Carlsen aprovechó, 38.Cxe6+!, restaurando la igualdad en la partida con los relojes de los jugadores llenos de tiempo para los siguientes veinte movimientos.


Yo supuse que Carlsen ya había andado suficiente sobre la cuerda floja por hoy, y que un jaque perpetuo estaba al caer, acabando la partida en tablas. Pues no. Carlsen, para sorpresa de todos, se empeñó en seguir jugando una posición en la que no tenía ninguna ventaja, y en la que, de hecho, se estaba jugando el cuello. Svidler decía estar "At a loss of words". Magnus se había empeñado en que sin una victoria no se iba a su hotel, y, efectivamente, hubo una victoria. De su rival. Después de 51.Qe6??, Carlsen estaba perdido. 51...h5!! 52.h4 a2, y el noruego se rindió. A la tercera va la vencida, dicen, y vaya que si le vencieron. Resulta que la preparación rusa no es una novedad en el movimiento 24 de la apertura española, sino poner al campeón a jugar contra sí mismo. Contra su orgullo. ¿Será capaz de vencerse?


viernes, 11 de noviembre de 2016

El Jugador



Es de muy mal gusto escoger una lectura por el ancho de su lomo, pero teniendo en cuenta que cogiera el libro que cogiera no me lo iba a llevar a casa y que me estoy reservando la lectura del próximo novelón para cuando tenga tiempo (probablemente en navidad), no me quedaba otra. Según dejaba La familia de Pascual Duarte en la estantería de la biblioteca (magnética novela que me duró literalmente una sentada) me topé de frente con los libros de Dostoyevski, supongo que por eso de que la "D" va después de la "C". Los Karamazov me hacían ojitos, pero tuve que rechazarlos por lo mencionado anteriormente, eso de la gordofobia literaria. Justo a la derecha de los dos imponentes volúmenes karamazóvicos había tres ejemplares de una novela corta, delgada. Amor a primera vista. Agarré el menos deteriorado de los tres ejemplares y empecé mi lectura de El jugador.

Qué manera de narrar tiene Dostoyevski, qué fuerza, qué intensidad. El psicólogo/escritor esta vez toma la voz de Alekséi Ivánovich, un sujeto pusilánime que se ve arrastrado por la fuerza unas veces del amor, otras del juego. Alekséi se encuentra en Wiesbaden como tutor de una familia rusa de clase alta, o al menos eso quieren aparentar. Lo cierto es que ninguno de los allí presentes tiene un ochavo y están esperando a que muera la tía del cabeza de familia, el General, para heredar y saldar las deudas, de las que todos están hasta el cuello. Todos menos Alekséi, que la única razon por la que sigue ligado a la familia es Polina Aleksándrovna, la hijastra del general.

Vaya mujer. Cuanto menos recibe, más le da el pazguato de Aléksei, que se desvive por ella y poco le falta para acabar como Werther. Polina conoce las intenciones de Ivánovich, y le pone a prueba una y otra vez, esperando ver un mínimo de integridad dentro del futuro ludópata, pero no hay manera. El tipo está perdidamente enamorado y no tiene la fuerza de voluntad ni el carácter para sacarse de esa esclavitud, y cuanto más le ignora y le falta al respeto Polina, más se enamora.

Y alrededor de la mitad de la novela se presenta, en silla y con miles de rublos para jugar, la mismísima tía del general, "la abuela", con sus setenta y cinco años y sin poder plantar los pies en el suelo. Ni muerta ni moribunda, Antonida Vasílevna se va directamente de la estación de tren al casino, para desgracia del general, que ya se ve venir que no va heredar ni un rublo.

La contraportada y el prólogo de la edición que he leído afirman que esta novela es casi autobiográfica, que Dostoyevski tuvo muchos problemas con el juego y el amor, y que, de hecho, se vió obligado a salir de Rusia por miedo a la cárcel. No hay motivos para dudarlo, desde luego. El jugador fue una novela dictada, no escrita, y se nota que pierde en profundidad y en extensión respecto a Crimen y castigo, pero no pierde ni un ápice de intensidad. Dostoievski, al igual que la abuela, vivía por la tensión de la apuesta, por el miedo a perder la última moneda y por la efímera alegría de ganar en la ruleta, por ese estado de ebriedad en el que todo lo importante en el mundo es la bolita giratoria y los números en los que cae. Pasan las páginas y uno se contagia de esa sensación a la que son sometidos los personajes por el azar, algo que yo casi tenía olvidado desde que me jugaba los cromos de la liga cuando era niño, cuando los tirábamos en los bancos de la calle a ver cual llegaba más lejos.

Al final, como en todas las novelas realistas, las cosas acaban como tienen que acabar, es decir, con el general sin un duro, la abuela de vuelta a Rusia habiendo perdido prácticamente todo menos su casa, Aléksei metido en el juego para escapar del amor y perdiendo en las dos cosas, y yo teniendo que escribir una entrada del tirón nada más acabar para bajar pulsaciones. Qué hondo llega su retrato del alma, qué forma de plasmar los tormentos del hombre. Qué manera de narrar tiene Dostoyevski.

Dos cosas quiere el hombre auténtico: peligro y juego. Por ello quiere a la mujer: el más peligroso de los juegos. - Friedrich Nietzsche


jueves, 3 de noviembre de 2016

Políticamente incorrecto



Me encanta pasearme por las estanterías de las bibliotecas. Es como una tienda de golosinas gigante en la que puedes rechupetear todo lo que quieras. Igual que con las chuches, uno se lleva algún disgusto de vez en cuando, por ejemplo, en la biblioteca más cercana a mi casa sólo tienen tres libros de Platón, que es algo así como darse cuenta de que ya no quedan gominolas con forma de botella de coca-cola y solo hay nubes de esas que se pegan al cielo de la boca cuando se muerden. Pero, por suerte, la mayoría de veces me encuentro con cosas curiosas y se me pasan las horas cogiendo y dejando libros.

Paseando por la estantería de Literatura me topé con el nombre de Javier Marías, que yo esperaba encontrar más bien en Novelas. Marías tiene un sentido del humor finísimo, un compás político que no gira en el eje de las derechas y las izquierdas, sino en el del sentido común, una cultura inmensa y una facilidad pasmosa para transmitir las ideas de su cabeza al papel manteniendo su personalidad y estilo sin recurrir a florituras ni altanerías.

Resulta que Alfaguara recoge todos los artículos que Marías escribe en El País a lo largo de unos dos años y los publica. Todavía no he visto ninguno posterior al 2007, pero cada día que los leo me sorprendo al ver que tratan temas de actualidad. Artículos de hace trece años podrían ser publicados hoy mismo y quedarían como un guante en cualquier periódico. En varios de estos artículos, Marías escribe sobre la indignabilidad en la que vivimos hoy en día. Desde el "dolor de hígado" (sic) que le produce Jiménez Losantos por las mañanas a los que saltan al cuello cuando algún valiente expresa una opinión distinta a lo políticamente correcto. El primero me es indiferente, pero los segundos son los sujetos más peligrosos de la sociedad de hoy en día.

Donald Trump es uno de esos personajes que dan más risa que rabia, como Kim Jong-Un o Hugo Chávez, entre otros. Parecen parodias de sí mismos, son sujetos tan pintorescos que ni el más imaginativo de los escritores los podría haber creado. Trump en concreto tiene una forma curiosísima de hablar: repite varias veces, y con mucha confianza, frases cortas y sintácticamente simples, en las que habla de sí mismo como la única salvación para la decadencia en la que los demócratas han sumido a América. Escuchando lo que dice uno pensaría que ya ha ganado las elecciones antes de empezarlas.

Pues bien, hace unas semanas salió a la luz una conversación privada de Trump con un presentador de televisión en la que ambos demuestran una inteligencia emocional y un sentido del humor similares a los de un quinceañero. Supongo que todo el que lea esto estará al tanto de lo que se cuentan el uno al otro, que es más o menos lo que me toca a mí leer en el whatsapp unas veintitrés veces al día, y lo que me toca escuchar otras tantas cada fin de semana que me despegan del tablero de ajedrez para conservar las amistades. En un acto de hipocresía vergonzoso, el mundo entero ha decidido indignarse muy profundamente por la conversación jocosa que este señor estaba teniendo con su amigo. Es decir, después de todas las burradas que ha pronunciado este personaje, su clavo en el ataúd no va a ser apelar descaradamente a lo más rancio y paleto de la América profunda o el hecho de no tener ninguna experiencia como político, sino decir que (sorpresa), tiene dinero y se tira a la que le de la gana.

El pasado cuatro de Octubre, los Colombianos votaron "no" al acuerdo de paz entre las FARC y el gobierno. Y no será por falta de apoyo mediático a favor del acuerdo. Leyendo los artículos y encuestas previas al plebiscito ya sentía algo de wishful thinking (expresión que Marías dice, no es traducible al castellano) a favor del "sí", pero las noticias posteriores a la votación son lamentables. En el artículo principal sobre la votación, El País asegura en la primera línea que Colombia da "un salto al vacío" en lugar de "ser un ejemplo para el planeta". ¿Cómo se puede faltar al respeto de esa manera al pueblo colombiano? El ciudadano que votara "no", ¿Ya no es un ciudadano "ejemplar"? ¿Sólo por tener una opinión distinta a la de este periódico ya esta arrojando "al vacío" a su país? Por no hablar del gilipollas de John Carlin, que llama, con toda su cara y su poca verguenza, cobarde a James Rodríguez por no pronunciarse respecto a este tema, es decir, por dedicarse a hacer su trabajo, que es jugar al fútbol.

Este Carlin también aprovechó para meter cizaña a los británicos que votaron "sí" al Brexit. Otro caso en el que todas las encuestas daban ventaja a la opción políticamente correcta y acabó saliendo la contraria. Y a mí, que no me convence el tema de las casualidades, me está empezando a parecer que todo esto es sintomático de los problemas que crean las masas indignables. Estamos llegando a un punto en el que el ciudadano medio no se atreve a decir lo que piensa, ni siquiera en encuestas anónimas, y varios medios de comunicación ya están actuando como Policía del Pensamiento (ahora que lo pienso, la neolengua tampoco está tan lejos de ser una realidad).

Y aún mas importante que todo esto es que me he quedado sin libro que leer después de comprobar que no hay ningún Fedón en la biblioteca. No estaría mal revisitar 1984, pero, al paso que vamos, mejor me espero a protagonizarlo. Seguiré leyendo a Marías.