miércoles, 28 de octubre de 2015

Perspectiva (¿III?)



Hay que ver lo que cambia el mundo en tres días. Ahora resulta que las hamburguesas dan cáncer y que Rossi es el bueno de la película. Hay medio millón de firmas a favor de retirar la sanción a Valentino y media Italia (incluido, curiosamente, Marquitos el Amable, del que ya escribí algo por aquí) está haciendo piña para apoyar al que es probablemente el mejor piloto de la historia del motociclismo.

Siempre me ha llamado la atención la tribu urbana de los "emos". Estos individuos, aparte de tener más vicio a la atención que Lindsay Lohan a la cocaína, son incapaces de observar su propia situación desde un punto de vista objetivo. Absolutamente ninguna de las personas que visten de negro, se peinan con flequillo y van todos los días a Plaza España admitirá que pertenece al grupo de tontainas que hacen exactamente lo mismo. De hecho, los grupos de emos hacen burla de la misma tribu urbana a la que inconscientemente pertenecen. Por lo menos Lindsay Lohan reconoce que es una yonki.

Por otra parte, existe un fenómeno muy curioso llamado sesgo de confirmación que nos afecta a todos en mayor o menor medida. Este fenómeno consiste en que creemos lo que nos conviene, ni más ni menos. Si alguien quiere convencerse de que el atentado del 11-S lo provocó el gobierno de los EEUU, va a tomar cualquier hipótesis o indicio que apoye su creencia como válido, y será mas propenso a rechazar evidencias, incluso inconscientemente. Por eso hay gente que lee el horóscopo, discute sobre si Mayweather ganó de verdad a Pacquiao y firma peticiones para que no sancionen a Valentino Rossi.

A lo mejor los españoles son incapaces de ver la evidente provoación de Márquez, o a lo mejor los italianos son unos gregarios y no les da la gana de aceptar que Valentino quiso tirar al suelo a Márquez. O, mejor aún, puede que Javier Alonso, director de carrera de MotoGP, no quisiera sancionar a Rossi porque estuvo cenando con él el sábado, Márquez quisiera tocarle los cojones a Rossi por bocazas, y Vale, que sabe más por viejo que por diablo, aprovechara la situación, a sabiendas de que sólo es el cuarto mejor piloto de la parrilla ahora mismo y de que los mandamases se iban a lavar las manos con el asunto, porque matar el campeonato a falta de una carrera es perder dinero y, con todo el circo que hay montado, se tienen que estar montando en el dólar.

O quizá esto es como los exámenes y hay una opción d):"Ninguna de las anteriores". Supongo que, en el fondo, es todo cuestión de perspectiva. Mientras lo pienso voy a tender la ropa negra, que este finde toca botellón en Plaza.

domingo, 25 de octubre de 2015

Cuando los campeones no quieren ser Séneca (II)



Todavía me acuerdo de cuando Rossi ganó su noveno mundial. Salió al podio con una camiseta que ponía "Gallina vecchia fa buen brodo" y un huevo con el número 9. Hoy, seis años después, en el mismo circuito y en la misma posición, ha vuelto a subir al podio. Sin la camiseta y sin el huevo, pero con unas gafas de sol la mar de chulas y una sonrisa de oreja a oreja. Minutos antes, en medio de una pelea preciosa, había provocado a Marc Márquez para que intentara adelantarle, y, cuando el catalán se tiró al exterior, Rossi bajó la velocidad, tanteó, le miró dos veces, y le soltó una coz que mandó al español al suelo.

Es incluso más sucio y antideportivo que las provocaciones de Materazzi y Spike Lee, pero, al fin y al cabo, lo que hablan son los resultados, y Rossi es líder del mundial, Materazzi campeón del mundo, y los Knicks, pese a perder aquel partido en el Madison, acabaron ganando la serie. Y estos casos, lejos de ser excepciones, son más bien la norma.

Michael Schumacher, siete veces campeón de F1, es conocido por ser uno de los pilotos más sucios de su época. Por ejemplo, en 2006, al terminar su vuelta de clasificación, dejó el Ferrari aparcado en la Rascasse de Mónaco, el circuito más estrecho del campeonato, impidiendo que el coche que venía detrás haciendo vuelta pudiera acabara. Este coche era el de Fernando Alonso, su principal competidor por el mundial.


 Saliendo de la F1, el Barcelona de Guardiola será recordado siempre como uno de los equipos más dominadores de la historia del fútbol. Acaparando cerca del 70% de la posesión en casi todos los partidos, era cuestión de tiempo que la calidad individual de Messi, Iniesta o Xavi rompiera el cerrojazo de los equipos rivales, que no tenían otra manera de jugar contra el Barça, pues intentar quitarles la posesión era un suicidio. Aparte de sus méritos en el campo, tampoco se libran de las polémicas arbitrales y los gestos feos que aparecían puntualmente cuando, al igual que Zidane, se quitaban la careta de Séneca


Pasando una vez más al baloncesto;sólo hay un equipo en la historia de la NBA que consiguió parar a los Bulls de Jordan, y no fueron ni los Celtics de Bird, ni los Lakers de Magic, ni los Blazers de Petrovix y Drexler, ni los Jazz de Malone y Stockton. Fueron los Bad Boys, los Detroit Pistons de Isiah Thomas, Bill Laimbeer y Joe Dumars. Y no eliminaron a los Bulls una única vez, sino tres consecutivas. Los Bad Boys son el equipo más sucio que ha visto este deporte. Codazos, agarrones, peleas, todo lo que hoy en día serían agresiones y faltas antideportivas en toda regla eran el pan de cada día cuando los equipos iban a jugar a Auburn Hills. El odio tan intenso que creó este equipo entre los rivales hizo que los miembros del Dream Team boicotearan al capitán, Isiah Thomas. El equipo técnico le seleccionó para que fuera a jugar el mundial, pero el resto de jugadores no quiso compartir vestuario con el líder de los Pistons.


Se suele decir que para ser el mejor hay que, además de ser bueno, tener algo de suerte. Yo creo que no. Los mejores entienden que, para ser los primeros, hay alguien que tiene que ser segundo, y si ser el mejor implica pisotear al resto, no dudan un segundo en imponer su ley sobre la de los demás. Puede que sea inmoral, pero los campeones solo piensan en términos de ganar y perder. El fin justifica los medios. Por eso Rossi estaba tan feliz en el tercer escalón del podio. Tendrá que salir último en la única carrera que falta, pero de momento es líder y, lo más importante, ya ha demostrado que es capaz de hacer lo que sea para alcanzar su décimo titulo. Sabe que ya no es el más rápido y, si no es capaz de ganar sobre la moto, lo hará fuera de ella. El toquecito con la pierna no es más que una treta psicológica, un anzuelo. Veremos si Lorenzo pica. Gallina vecchia...

Ira (I)



Alemania, 2006, final del mundial de fútbol, minuto 108. Por un lado estaba Italia, mezcla de fútbol e instinto de supervivencia, y por el otro Francia, con Ribéry, Henry, Trezeguet, y, sobretodo, el capitán, Zinedine Zidane, posiblemente el mejor jugador de la década. Con 33 años, había decidido retirarse del fútbol después de este mundial del que estaba siendo, sin duda, el mejor jugador.

Séneca dice, en sus tres libros sobre la ira, que hay que reprimirla a toda costa, pues es el peor sentimiento de todos los que puede experimentar el hombre, y sólo le puede traer desgracias, al no estar vinculada a la razón. Probablemente esto es lo que estuvo pensando Zidane durante los 108 minutos de partido anteriores al error más grave de su carrera. Hasta ese momento, Francia había dominado completamente el partido y las únicas esperanzas de Italia se encontraban en un contraataque, en la bota de Pirlo a balón parado para darles un gol (así ganaron las semifinales contra Alemania) o en los penaltis, para lo que aún les quedaban 12 largos minutos.

Hasta que apareció un tío mas listo que Zidane, y que Séneca. Materazzi es ese cabrón contra el que nadie quiere jugar y, a la vez, es el tío al que quieres en tu equipo. Patadas a la espinilla, empujones, broncas, todo vale para sacar de quicio al rival, y en este caso optó por poner a la familia de Zizou al completo en la esquina más mugrienta del polígono mas sucio que se le ocurrió en ese momento. A Zidane, entonces, se le acabaron las ganas de ser Séneca y remató de cabeza la caja torácica de Marquitos el amable.

Un amigo me dijo una vez:"Tío, ni aunque me digan que mi madre es la más grande de las putas, a mi nunca se me ocurriría darle un cabezazo en medio de una final de un mundial delante de millones de personas". Aparte de lo fácil que es decir esto en una conversación normal y corriente, hay un factor que mi amigo no está teniendo en cuenta, y es que el cabezazo fue tan mérito de Materazzi como demérito de Zidane, porque Materazzi sabía que Zidane quería ser Séneca, y también sabía que Séneca se equivocaba.


Vamos a cambiar de deporte por un segundo. Nueva York, 1993, semifinales de la NBA, final de la conferencia este, quinto partido. Por un lado estaban los Knicks en uno de los mejores momentos de su historia, con el segundo mejor tirador del momento, John Starks, y uno de los "7 pies" más talentosos que ha visto el baloncesto jugando en el poste, el gran Patrick Ewing, capaz de anotar incluso desde el perímetro, algo inusual para un hombre tan alto. 11 veces All Star, miembro del Dream Team, y venía de promediar 25 puntos y 13 rebotes por partido.

Por el otro lado, los Indiana Pacers, empujados por el mejor tirador de la década, Reggie Miller. Aunque tenía una mecánica poco ortodoxa, dejarle medio metro de espacio era concederle un tiro fácil. Miller era especialmente letal al contraataque, donde podía pararse en seco en la línea de tres y anotar en vez de acabar con una bandeja fácil o un mate.

En este quinto partido, la serie estaba empatada 2 a 2, y quien ganara el partido se colocaría solo a una victoria de llegar a las finales. Llegado el último cuarto, Reggie Miller no había jugado bien. Estaba inusualmente fallón en el tiro, y la diferencia de puntos subía a los doce. Cuando uno ve un partido de los Knicks, lo primero que le llama la atención es un sujeto que se sienta al lado del banquillo local, vestido de arriba abajo con los colores del equipo, levantándose continuamente, comiéndole la oreja al árbitro y celebrando cada canasta como si le hubiera tocado la lotería. Ese tío es el mediocre cineasta Spike Lee que, como de costumbre, aprovechó la situación y empezó a incordiar a Miller. Reggie Miller podría haberse autoexpulsado dándole un balonazo en las gafas a Spike Lee, y hubiera quedado como otra anécdota fea, pero comprensible, en el mundo del deporte. Pero Reggie está hecho de otra pasta. En vez de perder la cabeza, fué capaz de canalizar su ira para concentrarse en el juego, y empezó a anotar una canasta detrás de otra, con la motivación de cerrarle la boca a los miles de aficionados que estaban viendo el partido en el Madison en general, y a uno en particular. Después de un parcial de 14-0, a Spike se le quitaron las ganas de tocarle los cojones a Reggie Miller, y tanto los aficionados como los jugadores empezaron a tenerle miedo a los Pacers, que acabaron ganando el partido. Al día siguiente, Spike Lee fué portada de todos los periódicos neoyorquinos y se le señaló como principal culpable de la derrota de su equipo.



Uno puede hacer como que no está enfadado, hasta cierto punto. Si doblas mucho una barra, se rompe, y si pinchas lo suficiente a Séneca, acaba explotando. Zidane podía haber elegido usar toda su rabia para emplearse el triple en el juego, como hizo Miller, pero eligió renegar de sus sentimientos. Materazzi sabía lo que estaba haciendo mejor que Zizou, y, en cuanto el francés empezó a responder al italiano, antes del cabezazo incluso, el mundo entero supo que Francia ya había perdido el partido. Sin su capitán, organizador y mejor jugador, los franceses fueron incapaces de romper el catenaccio italiano, y en la guerra psicológica de los penaltis Francia llevaba las de perder desde aquel minuto 108. Inmediatamente después de que Materazzi anotara su penalti lanzó Trezeguet, que no fué capaz de convertir, mientras Zidane miraba desde la banda.

Después de una trayectoria impoluta, después de ser un símbolo de elegancia, Zidane siempre será recordado porque, en su último partido, tuvo un momento en el que no pudo ser Séneca. Le hubiera ido mejor si no lo hubiera intentado.