domingo, 25 de octubre de 2015

Ira (I)



Alemania, 2006, final del mundial de fútbol, minuto 108. Por un lado estaba Italia, mezcla de fútbol e instinto de supervivencia, y por el otro Francia, con Ribéry, Henry, Trezeguet, y, sobretodo, el capitán, Zinedine Zidane, posiblemente el mejor jugador de la década. Con 33 años, había decidido retirarse del fútbol después de este mundial del que estaba siendo, sin duda, el mejor jugador.

Séneca dice, en sus tres libros sobre la ira, que hay que reprimirla a toda costa, pues es el peor sentimiento de todos los que puede experimentar el hombre, y sólo le puede traer desgracias, al no estar vinculada a la razón. Probablemente esto es lo que estuvo pensando Zidane durante los 108 minutos de partido anteriores al error más grave de su carrera. Hasta ese momento, Francia había dominado completamente el partido y las únicas esperanzas de Italia se encontraban en un contraataque, en la bota de Pirlo a balón parado para darles un gol (así ganaron las semifinales contra Alemania) o en los penaltis, para lo que aún les quedaban 12 largos minutos.

Hasta que apareció un tío mas listo que Zidane, y que Séneca. Materazzi es ese cabrón contra el que nadie quiere jugar y, a la vez, es el tío al que quieres en tu equipo. Patadas a la espinilla, empujones, broncas, todo vale para sacar de quicio al rival, y en este caso optó por poner a la familia de Zizou al completo en la esquina más mugrienta del polígono mas sucio que se le ocurrió en ese momento. A Zidane, entonces, se le acabaron las ganas de ser Séneca y remató de cabeza la caja torácica de Marquitos el amable.

Un amigo me dijo una vez:"Tío, ni aunque me digan que mi madre es la más grande de las putas, a mi nunca se me ocurriría darle un cabezazo en medio de una final de un mundial delante de millones de personas". Aparte de lo fácil que es decir esto en una conversación normal y corriente, hay un factor que mi amigo no está teniendo en cuenta, y es que el cabezazo fue tan mérito de Materazzi como demérito de Zidane, porque Materazzi sabía que Zidane quería ser Séneca, y también sabía que Séneca se equivocaba.


Vamos a cambiar de deporte por un segundo. Nueva York, 1993, semifinales de la NBA, final de la conferencia este, quinto partido. Por un lado estaban los Knicks en uno de los mejores momentos de su historia, con el segundo mejor tirador del momento, John Starks, y uno de los "7 pies" más talentosos que ha visto el baloncesto jugando en el poste, el gran Patrick Ewing, capaz de anotar incluso desde el perímetro, algo inusual para un hombre tan alto. 11 veces All Star, miembro del Dream Team, y venía de promediar 25 puntos y 13 rebotes por partido.

Por el otro lado, los Indiana Pacers, empujados por el mejor tirador de la década, Reggie Miller. Aunque tenía una mecánica poco ortodoxa, dejarle medio metro de espacio era concederle un tiro fácil. Miller era especialmente letal al contraataque, donde podía pararse en seco en la línea de tres y anotar en vez de acabar con una bandeja fácil o un mate.

En este quinto partido, la serie estaba empatada 2 a 2, y quien ganara el partido se colocaría solo a una victoria de llegar a las finales. Llegado el último cuarto, Reggie Miller no había jugado bien. Estaba inusualmente fallón en el tiro, y la diferencia de puntos subía a los doce. Cuando uno ve un partido de los Knicks, lo primero que le llama la atención es un sujeto que se sienta al lado del banquillo local, vestido de arriba abajo con los colores del equipo, levantándose continuamente, comiéndole la oreja al árbitro y celebrando cada canasta como si le hubiera tocado la lotería. Ese tío es el mediocre cineasta Spike Lee que, como de costumbre, aprovechó la situación y empezó a incordiar a Miller. Reggie Miller podría haberse autoexpulsado dándole un balonazo en las gafas a Spike Lee, y hubiera quedado como otra anécdota fea, pero comprensible, en el mundo del deporte. Pero Reggie está hecho de otra pasta. En vez de perder la cabeza, fué capaz de canalizar su ira para concentrarse en el juego, y empezó a anotar una canasta detrás de otra, con la motivación de cerrarle la boca a los miles de aficionados que estaban viendo el partido en el Madison en general, y a uno en particular. Después de un parcial de 14-0, a Spike se le quitaron las ganas de tocarle los cojones a Reggie Miller, y tanto los aficionados como los jugadores empezaron a tenerle miedo a los Pacers, que acabaron ganando el partido. Al día siguiente, Spike Lee fué portada de todos los periódicos neoyorquinos y se le señaló como principal culpable de la derrota de su equipo.



Uno puede hacer como que no está enfadado, hasta cierto punto. Si doblas mucho una barra, se rompe, y si pinchas lo suficiente a Séneca, acaba explotando. Zidane podía haber elegido usar toda su rabia para emplearse el triple en el juego, como hizo Miller, pero eligió renegar de sus sentimientos. Materazzi sabía lo que estaba haciendo mejor que Zizou, y, en cuanto el francés empezó a responder al italiano, antes del cabezazo incluso, el mundo entero supo que Francia ya había perdido el partido. Sin su capitán, organizador y mejor jugador, los franceses fueron incapaces de romper el catenaccio italiano, y en la guerra psicológica de los penaltis Francia llevaba las de perder desde aquel minuto 108. Inmediatamente después de que Materazzi anotara su penalti lanzó Trezeguet, que no fué capaz de convertir, mientras Zidane miraba desde la banda.

Después de una trayectoria impoluta, después de ser un símbolo de elegancia, Zidane siempre será recordado porque, en su último partido, tuvo un momento en el que no pudo ser Séneca. Le hubiera ido mejor si no lo hubiera intentado.

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